28 febrero, 2007

Bambú (que no Bambi)

"Mira, total, tú el pie sólo lo utilizas para comer", me dijo Isa. Levanté la mirada de mi manual del curso PADI Open Water e interrumpí el estudio para dirigirle una curiosa mirada con la que pretendía que notara mi extrañeza y me aclarara ese cuanto menos curioso comentario. Es cierto que mis pies tienen una limitada capacidad prensil, como que también soy capaz de mover las orejas, pero ni una cosa me convierte en elefante ni la otra en mono. Obviamente se dio por aludida y matizó la frase "Lo que quiero decir es que sólo tendrás que salir de la cabaña para ir a comer". Ya, claro, como no eres tú la que tiene que ir cojeando con un corte de cuatro centímetros justo en la parte media de la planta del pie, pensé para mis adentros.

Dos días después de hablar con Antoine, nos mudamos del Lipe Resort en Pattaya Beach a Forra Bungalows en Sunrise Beach, donde nos instalamos en una enorme cabaña de bambú que nos dejó a ambos repitiendo lo mismo una y otra vez durante aquel día "cómo mola!", y "qué guapa". Elevada sobre el suelo, como es tradicional en la zona, un precioso porche daba acceso al espacio en el que se encuentra una gran cama que, cubierta con la imprescindible mosquitera, no deja de ser un cómodo colchón sobre una base de bambú y que también se eleva del suelo de la cabaña merced a cuatro pilares. Como si de una cama con palio se tratase, el techo no está directamente sobre ella sino que antes encontramos un amplio espacio en el que hay un colchón adicional, al que se accede mediante una robusta escalera, permitiendo de esta manera que cuatro personas puedan alojarse cómodamente. Y si además hay sacos de dormir, otras dos o cuatro personas podrían repartirse a los pies de la cama y a su lado, frente a la doble puerta.

Exceptuando la mencionada escalera y la cama, el resto de la habitación está despejada, salvo por una estantería que se prolonga a lo largo de dos tercios de una pared y que ha resultado imprescindible para poder vaciar nuestras mochilas y no vernos obligados a dejar nuestras cosas en el suelo. Tras el otro tercio de pared, justo enfrente de la cama, se encuentra la puerta que da acceso al baño, donde hemos de bajar unas escaleras (puesto que se encuentra al nivel del suelo) y nos encontramos la agradable sorpresa de que si bien la mitad está cubierto, la parte correspondiente a la ducha y el lavabo carecen de techo. Así es posible darse una ducha por la mañana mientras ves una pared de bambú y las hojas de una palmera que se mecen por el viento. Al caer la noche y disfrutar del frescor del agua resbalando por la piel, la vista se pierde (gracias a la ausencia de contaminación lumínica) entre las múltiples estrellas del cielo tailandés.

Hay azulejos verdes en la zona del lavabo y el baño está construido con suelo de baldosas y paredes de cemento sólo hasta un metro de altura. Exteriormente se oculta a la vista con el procedimiento de cubrirlo con el mismo material que el resto del edificio, el bambú. Nuestra cabaña no está pegada al resto ni la separan unos testimoniales centímetros. Gozamos los que nos alojamos en Forra Bungalows de la privacidad de varios metros cuadrados alrededor de cada una de las casas. Las construcciones no son paralelas, además, de modo que una imaginaria línea trazada desde el acceso a cada una encontraría a los lados otras cabañas pero ligeramente adelantadas o retrasadas.

Naturalmente el alojamiento no es barato. 700 Baht* por cabaña y noche. El precio es elevado, pienso mientras escribo con el portátil apoyado en una mesita que Isa ha traído desde el porche al interior para, con el ventilador reubicado justo en frente, convertir este rincón en nuestra zona para escribir (aunque en este lado de la isla solo hay electricidad de seis de la tarde a doce de la noche y un par de horas por la mañana, aproximadamente de ocho a diez). Pero merece la pena. Además ninguna isla es barata aunque sólo sea por el hecho de que todo, excepto los cocos, haya que traerlo en barco desde el continente. Una comida o cena cuesta aquí entre 120 (con agua o granizado) y 240 (con una cerveza Singha o Chang de 650 ml) Baht si comemos platos del menú o 340 si nos decidimos por una barbacoa con pescado o carne (y nos olvidamos de la cerveza, claro).

Como no hay servicio a domicilio, aunque todo está a no más de cinco minutos caminando, todos los días que no buceo voy cojeando cómicamente para desayunar, comer o cenar. ¿Cómo me hice el corte que ha motivado mi temporal cojera?. De una manera bastante tonta, como me suelen pasar a mí las cosas (como el accidente haciendo sandboarding en Huacachina).

Enfrente de nuestro antiguo alojamiento, en la playa de Pattaya, se veía que más allá de la orilla y antes de que comenzara el mar abierto, había un banco de arena que llegaba a la superficie y que creaba de la nada una playa alejada de la costa. Obviando las rocas del fondo y dado que el agua no llegaba ni siquiera a la cintura, me pareció una buena idea llegar hasta allí. Y por no ir con sandalias tuve la mala suerte de que de camino pisé de lleno no contra la blanda arena que yo preveía sino que al dar un paso perdí momentáneamente el equilibrio y mi pie fue objeto de las nada cariñosas caricias de una afilada piedra. No fue profundo y no sangré, pero desde entonces tengo un corte de unos cuatro centímetros de largo y uno de ancho justo en mitad de la planta de mi pie izquierdo.

Conforme a mi tradicional opinión sobre médicos y medicinas, lo único que le apliqué fue desinfectante y proseguí con mis actividades normales (nadar, pasear por la playa, iniciarme en el submarinismo, dormir la siesta en la hamaca del porche) sin permitir que ese contratiempo las alterara en absoluto, aparte de que las practicaba cojeando.

Ayer por la mañana, en el que iba a ser mi segundo día de buceo, le enseñé a Javier mi herida y este me recomendó que me la limpiara en seguida. Llamó a uno de los instructores, italiano, y éste se trajo rápidamente el botiquín. Ambos coincidieron en darle más importancia al asunto de lo que yo le había dado. El instructor aplicó desinfectante y con un bastoncillo con algodón en los extremos, procedió a limpiarme la herida de cuerpos extraños. ¿Algodón? Yo miraba con desconfianza porque parecía que me estaba raspando con papel de lija industrial. El dolor era tremendo, pues tenía que asegurarse de que no quedaba nada sobre lo que ya era piel en carne viva. Creo que fueron diez minutos los que dedicó metódicamente a esta labor pero a mí me pareció bastante más. Javier me enseñó un pequeño corte que tenia en la parte baja de la pierna, poco antes del empeine y me comentó que ahora se estaba curando pero que antes, por dejarlo como estaba haciendo yo, una mañana se levantó y se había extendido, multiplicando por cuatro el diámetro de la herida.

Cortes y raspaduras que en Europa no tienen mayor importancia hay que tratarlos con cuidado aquí, pues el clima, la temperatura y la presencia de estafilococos pueden complicar la herida más diminuta. Además, la arena está llena de restos de corales que, como organismos vivos que fueron, pueden empeorar más la situación.

Aunque, para ser sincero, no es que yo tenga mucho más cuidado ahora, la verdad…

*Cambio oficial en la isla, 1 Eur = 43 Baht, ergo 700 Baht son 8,14 Eur por persona y noche en nuestro caso

(Escrito por el en Koh Lipeh, Tailandia, el miércoles 14 de febrero de 2007)

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