28 febrero, 2007

Por Hablar

Hace unos días, hacía balance de nuestro primer mes por Asia y me alegraba de que todo nos hubiese ido relativamente bien. No habíamos caído enfermos, no nos habían robado, no habíamos perdido nada. Dos días más tarde, lo he perdido casi todo. Si es que estas cosas me pasan por hablar demasiado pronto…

El sábado 24 de febrero, ya empezábamos el día con mal pie. El despertador sonó a las cuatro y cuarto de la madrugada, para estar delante de la parada del minibús "airport express" a las cinco menos diez. José estaba terminando de preparar su equipaje cuando me sorprendió con la siguiente pregunta:

"Isa, ¿tienes los billetes?"

"No, te los di cuando estábamos en la agencia, ¿no te acuerdas?"

"¿Y dónde están ahora?"

"Pues estarán donde los guardaste" – oh, oh, mal asunto…

José acababa de recordar que los billetes estaban guardados en la guía Lonely Planet de Tailandia. La guía estaba guardada en la bolsa de plástico que compramos el día antes en una tienda de Khao San. La bolsa de plástico estaba guardada en el "Secret Garden", un negocio llevado por israelíes, que ofrece toda clase de servicios para viajeros: restaurante, locutorio, ciber café, agencia de viajes y custodia de equipaje. Por 10 bahts al día (los tres primeros días gratis), nos habíamos quitado un buen peso de encima (libros, cortavientos, vaqueros, zapatos y exceso de ropa). De esta manera, pensábamos viajar más ligeros por Camboya, Vietnam y Laos, recuperando el equipaje a nuestro regreso a Bangkok sobre el 20 de abril.

Pequeño momento de crisis. Los israelíes del jardín secreto no abrían hasta las ocho de la mañana, hora a la que despegaba nuestro avión a Siem Reap. Primer marrón del viaje.

José se mostraba optimista (eran billetes electrónicos, seguro que con el número de pasaporte consiguen localizar el identificador de nuestros billetes) y yo, preocupada (esto es Tailandia, los thai son amables pero no muy espabilados, vete a saber en qué embolado nos estamos metiendo).

Mi preocupación fue in crescendo a medida que pasaban los minutos y no llegaba el minibús. Mejor dicho, el minibús estaba ahí plantado, pero sin conductor. El tío se había quedado dormido. Una tailandesa, de metro y medio de estatura y cara de pocos amigos, fumaba cigarrillo tras cigarrillo y despotricaba algo ininteligible en su móvil. Imagino la conversación: "¿Dónde te has metido? Aquí estamos todos esperándote, llevas ya media hora de retraso. Seguro que has estado de copas ayer por la noche, como si lo estuviera viendo. Pues ya puedes estar aquí dentro de cinco minutos, porque yo no pienso cubrirte más el culo ¿te enteras?". La tailandesita nos miró enervada y dijo que el conductor estaría aquí en cinco minutos.

Unos diez minutos más tarde, nos llegó un tío de unos veinte años (aunque eso de ponerle edad a un asiático es como tirar dardos con ojos vendados), descamisado y con sonrisa bobalicona. La tailandesa lo fulminó con la mirada.

Rápidamente, tiraron nuestro equipaje sobre el techo del minibús (o más bien debería de llamarlo furgoneta, pues solo tenía capacidad para unas diez personas), nos hicieron subir al auto y el tío arrancó en lo que ilusamente creíamos fuese dirección al aeropuerto. Empezó la turné de las paradas: los viajeros que compraron el billete en su hotel o a través de agencia de viajes, tenían servicio de recogida en el hostal. Tres paradas más tarde, ya estábamos al completo. Volvimos a ver a la tailandesita de antes, que le dijo algo al chaval mientras casi le clavaba el dedo índice en el ojo. Por el tono, deduje que le decía algo así como "ya puedes apretar el acelerador, so imbécil, que esta gente tenía que estar en el aeropuerto a las seis, ¡luego hablamos!". Portazo y salimos disparados, esta vez sí, en dirección al aeropuerto.

Unos veinte minutos más tarde, José, que siempre se cosca de todo, me dijo: "¿te has fijado en las señales que hacía la tía del coche que nos ha adelantado?". Por lo visto, nos había adelantado una paisana, haciéndole señas a nuestro conductor de que algo estaba mal con la carga de mochilas en el techo.

El tío cogió una salida de la autopista, se paró en el arcén durante unos segundos, estiró un poco la red que sujetaba las mochilas y volvió a salir follado para la autopista. Sobre las seis y cuarto llegamos al aeropuerto. Salvo mi mochila, que decidió prolongar su estancia en Bangkok.

"My backpack, you lost my backpack! Do you have a mobile phone to call your agency?" – el chaval ni tenía móvil, ni entendía papa de lo que le estaba diciendo, pero sí sabía que había vuelto a meter la pata hasta el fondo. Se le notaba nervioso, daba vueltas, parecía esperar algo y no se sabía muy bien el qué, si un milagro o una inspiración divina. Me entraron ganas de poner en práctica mis cuatro nociones de Krav Maga. "What are we waiting for? You have lost my luggage and now we have missed our plane. Take us back to Khao San, NOW!"

En Bangkok, la tailandesa que nos vio llegar de vuelta con el maromo, se echó las manos a la cabeza. Con un cruce de miradas, ya entendió lo que había pasado. La chavala, todo lo contrario que nuestro chófer, tenía mucho nervio y era de armas tomar. Mientras él se comía un helado, medio escondido detrás de su vehículo, ella se puso a fumar cigarrillos y a hacer llamadas con su móvil: primero a la aerolínea, luego a su jefa. Todo ello a la par que atendiendo llamadas en la línea fija, vendiendo tickets y despachando a un turista británico en estado de embriaguez. Pequeña, pero matona.

Una media hora más tarde, teníamos resuelto el problema de los billetes de avión. Nos pusieron en el vuelo de las siete de la tarde, sin cargo alguno. En cuanto a la pérdida de equipaje, tuvimos que negociar un precio.

En una hoja, calculé el precio de mis pertenencias, redondeándolo por lo bajo a unos 13.000 bahts. Para Too, la dueña del negocio, esa cifra era demasiado importante. Con voz melosa y mirada honesta, me dijo que lo sentía mucho, que quería compensarme, pero que no podía ofrecerme tanto dinero. Llegamos a un trato. Me daba 5000 bahts, 4000 ahora y 1000 en abril, si mi mochila no aparecía hasta entonces. También nos compró las guías Lonely Planet de Vietnam y Laos, que habíamos comprado la noche antes y que cargaba en mi mochila. Nos llevó a su restaurante, donde pudimos dejar el equipaje de José mientras íbamos de compras. Too nos acompañó a todas partes, buscando las tiendas más económicas y tratando de negociar un mejor precio para nosotros. En una de esas tiendas, quise regatear el precio de una camisa blanca de algodón, bajándola de 150 a 120 bahts. Too le explicó a la vendedora que esa mañana había perdido mi equipaje con toda mi ropa y la buena mujer se negó a coger mis 120 bahts. Insistió en regalarme la camisa: "si tú lo has perdido todo hoy, yo puedo hacer esto por ti". Estas cosas son las que me hacen pensar que los momentos malos a veces han de ser bienvenidos, pues en ellos es cuando mejor resplandece la bondad del ser humano.

En fin, después de sudar mucho y poner cara de lástima en muchas tiendas, acabé con una mochila nueva de auténtica imitación (de esas que después de dos semanas están para el arrastre), seis o siete prendas de vestir (de las que la mitad no me valen, pues en los mercadillos callejeros no hay probadores), tres braguitas (que me aprietan), sandalias (que me hacen llagas), medicinas y productos de aseo personal, un cargador de pilas, y la moral por los suelos.

Me consuelo pensando que podría haber sido peor. No he perdido ni los billetes de avión, ni el pasaporte, ni tarjetas de crédito, ni dinero, y una pequeña porción de mi vestuario se quedó a salvo en el jardín secreto de los judíos (todavía podré lucir mis cuartos de luna en el bikini verde brasilero). Lo que más me duele es haber perdido mi diario de viaje, en el que conservaba algunos recuerdos, entre ellos la tarjeta de visita de Phurpa y la dirección de la familia de Langkawi, que ya nunca recibirá sus fotos.

Too se pasó el día tratando de compensarnos, ofreciéndonos bebidas y comida. Yo casi no probé bocado. Con tanto disgusto, tanto calor y tanto trajín, no tenía nada de hambre. El apetito me volvió al final de la tarde, cuando ya estábamos en el aeropuerto. Too nos había preparado unos sándwiches riquísimos, con queso, jamón, huevo frito, pollo y verduras, y me moría de ganas por meterle un bocado. En cuanto llegamos a nuestra puerta de embarque, saqué mi jugoso sándwich de su envoltorio y a la que fui a hincarle el diente, se me cayó la mitad al suelo. A estas alturas, yo ya había tocado fondo, así que, dejando unos trozos de pepino para las hormigas, recogí el resto del sándwich y me lo llevé a la boca.

"Bien", pensé para mí misma segundos antes de embarcar, "casi no tengo ropa y me como lo que se cae al suelo… ¡estoy preparada para Camboya!"

(Escrito por ella desde Siem Reap, Camboya, 27/02/07)

1 comentario:

Elcano dijo...

Hola,enhorabuena por este blog. No lo he leido entero pero prometo hacerlo pausadamente.

Os escribo para ver si me podeis dar alguna indicacion de como encontrar(o contactar) ese secret garden de Khao san Road. Tengo unos amigos dando la vuelta al mundo y necesitan encontrar en Bangkok un lugar donde dejar material de escalada durante un par de meses , pues van a utilizarlo como punto central para viajar a varios paises. Necesito encontrar un lugar de confianza y por lo que he visto ese lugar parece merecerla.

Si teneis un rato para contestarme os lo agradeceria mucho. Bien eln el mismo blog o a la dirección elcano@arrakis.es

Gracias y suerte en vuestro viaje.