04 diciembre, 2007

Sordo y ciego


Un vendedor ambulante pasa, apurado, con su mercancia en un carrito, por delante de puestos de venta de dulces y postres en Delhi.

Cuando uno piensa en India, se le vienen a la cabeza imágenes como la majestuosidad del Taj Mahal, la pacífica lucha de Gandhi, la opulencia de los Maharajas o bien cazadores británicos de la época colonial, a lomos de un elefante en busca del codiciado tigre. Aunque esas imágenes ocurrieron y son ciertas, la India de hoy se autoproclama “la mayor democracia del mundo” (a juzgar por el número de votantes), es una potencia nuclear que rivaliza peligrosamente con Pakistán (con quien mantiene un enfrentamiento soterrado por Cachermira y a quien se ha enfrentado bélicamente en el pasado, así como con China), un país cuyos 4 mayores multimillonarios tienen tanto dinero como los 40 mayores multimillonarios chinos juntos, un país con un sorprendente crecimiento económico de casi el 10% anual y que competirá reñídamente con China como potencia regional, y mundial, en el siglo XXI, pero también el hogar de 300 millones de personas que a duras penas sobreviven con 80 céntimos de Euro al día.

Y cuando el hambre aprieta, lo hacen también la picaresca y el ingenio.


Baños públicos en Delhi. Separado por una pared de los otros usuarios, pero dándole únicamente la espalda a los peatones, un hombre utiliza el lavabo en una calle.

A veces solo mendigan. De repente tienes a tu lado a una escuálida mujer que sostiene a un niño y con cara de desesperación te pide una limosna. Otras, es un minusválido el que extiende su brazo hacia tí en busca de unas rupias. Pasas al lado de un muro en el que se apoyan casi indolentemente un grupo de mendigos y eres el objeto de sus llamadas de pena. Porque la miseria te grita y se te cruza, se pone a tu lado, y te acompaña durante varios minutos, incluso te bloquea el camino. Para quien nada tiene, nada se pierde.

Niños en un transporte escolar, impulsado por los músculos de las piernas del conductor.

Otras veces, intentan timarte. En Asia siempre hay dos precios, uno para los locales y otro para los extranjeros. En la India, por ejemplo, no importa el tiempo que lleves aquí o la cantidad de veces que hayas visitado el país, en un autotrickshaw siempre pagarás unas 20 rupias más que un hindú. Y, naturalmente, eso será después de regatear desde un precio absurdo a algo más verosímil. Yo nunca les dejo propina a los conductores, porque ya lo estoy haciendo en el precio pactado. Bien, "nunca" es un poco extremo, a veces lo he hecho cuando he visto el empeño que ponen en encontrar la dirección correcta de mi destino, cosa nada fácil cuando desaparecen los números de las casas, o cuando tardamos demasiado tiempo por causa del tráfico, o si la distancia es mayor de lo que ambos esperábamos. Por cierto, si ellos os dan un primer precio demasiado bajo va a ser porque a la ida a vuestro destino parareis en una tienda en la que él se llevará una comisión si compráis algo. Y no penséis que os va a ser fácil volver a salir por la puerta del establecimiento con las manos vacías.


Vacas, perros, conductores de bici trickshaws. Visiones comunes en casi cualquier calle de la India

Y las menos, intentan robarte. Ayer en Agra, la ciudad del Taj Mahal, a una turista rusa intentaron arrancarle la mochila de un tirón, pero al resistirse ella los agresores, tres motociclistas, le arrojaron un líquido ácido a la cara y ella está ahora mismo en el hospital. Sin embargo, no hay más violencia contra los turistas aquí que la que puede haber en Madrid, porque ¿cuantas veces se lee la noticia en el periódico de que un
intento de robo por el procedimiento del tirón acaba con una anciana arrojada sin compasión al suelo rompiéndose la cadera y sufriendo hematomas varios?

Un conductor transporta mercancías y a dos personas en su triciclo con plataforma. Para combatir el frió de la mañana en Delhi, todos van abrigados.

"¡Amigo! ¡Eh! ¡amigo!", "¡Hola amigo!", "¡Disculpa, amigo!", "¡Amigo, pasa, pasa a mi tienda!"...casi más que las bocinas de los vehículos en el caótico tráfico, ese es el ruido que más te asalta por la calle. Todos intentan reclamar tu atención, y el 95% de las veces con un único propósito: que unas cuantas rupias pasen de tu bolsillo al suyo. Puede ser inmediato, tardar un minuto o diez, pero llegará el momento en que la conversación pase a tratar de algún negocio, oportunidad o comisión para ellos a cambio de que tú te informes, visites o compres algo. China estaba llena de estudiantes de Arte que llegaban a la Gran Ciudad para exhibir sus Obras de Arte en un Museo, y tú te los encontrabas por la calle al día siguiente de que las hubieran trasladado a un edificio cedido por el Ayuntamiento y justo, justo, el día anterior a que se llevaran las obras no vendidas a su Ciudad De Provincias. Practican su inglés, te hacen una visita guiada sin compromiso y te intentan vender un horrible cuadro, escultura, pergamino o el infumable objeto de turno.

Las sagradas vacas comparten calles y aceras con vehículos, aparcados o en movimiento.

Aquí, los estudiantes sólo quieren Practicar Inglés, ese idioma tan socorrido cuando uno viaja fuera de España y que ayuda a encontrar un trabajo en el país o en el extranjero (caramba ¡como yo!). No van a venderte nada y la conversación es siempre muy educada, te preguntan de dónde eres, si es tu primera visita a la India (¡NUNCA lo es! mentid como bellacos: esta es mi tercera visita, vengo cada año y ya he estado en Goa, Pondicherry, Bombay, Calcuta, me conozco tu barrio mejor que tú, chaval...), cuanto tiempo te vas a quedar, a que te dedicas, etc. En algún momento de la conversación te sugieren acercarse hasta la Oficina de Turismo, donde tendrás la oportunidad de conseguir información sobre los monumentos locales e incluso contratar un guía, excursiones, billetes de avión, autobús, tren...pero lo curioso es que el sitio al que te llevan se encuentra en una dirección que no corresponde con la de la Oficina de Turismo oficial, tal y como consta en tu Guía de Viaje. ¡Ah, caramba! ¿es una agencia de viajes? Entonces alguna comisión se llevará nuestro nuevo amigo. Y eso cuando no te llevan directamente a una tienda donde te prometen descuentos que les van a dejar a ellos en la bancarrota.

En una calle de Jaipur, una vaca y un cerdo, se dedican a buscar su alimento entre la basura.

Ayer, en Jaipur, un indio me paró por la calle y me pidió que le escribiera una carta en i
nglés para un amigo nepalí...y me llevó a una joyería pero allí estaba otro turista, suizo, y creo que eso le sorprendió porque no entramos en detalles, sino que se puso a hablar con él. Me he quedado con la duda de que tipo de timo quería hacer, si la venta de piedras preciosas de baja calidad directamente, o la del timo de las joyas que comenta la Lonely Pedante (la que incluye comprar joyas valiosísimas a un precio ridículo para vendérselas al representante del joyero en tu país).

Antes un tipo me había preguntado que porqué los turistas no hablan con los hindúes y yo le contesté "¨Porque siempre acaban pidiendo dinero".

Asi que, la mayoría de las veces, cuando paseas, la única manera de no perder los nervios es comportarte como si fueras sordo y ciego.

Para evitar que se resfríen, muchas de las cabras que he visto en Jaipur están vestidas con jerseys, como en el "Wally-ejemplo" de la foto

Nota: Las calles de cualquier ciudad india son un cúmulo de estímulos sensoriales que no tienen parangón con Occidente. El segundo día de mi estancia en Jaipur (el día anterior no tuve energía ni tiempo para salir, después de unas seis horas en autobús desde Delhi, y no haber encontrado habitación hasta eso de las siete y media) salí a dar un paseo y, como siempre en una ciudad nueva, disfrutar de la sensación de perderme por sus callejuelas. Objetivo conseguido al cabo de media hora y tomar una desviación a la izquierda, quinientos metros antes de donde debería haber girado, si hubiera seguido las indicaciones de mi Lonely Pedante. Me encontré, de repente, en pleno barrio musulmán al estilo hindú, con sus cabras atadas a las puertas de las casas o, como las vacas, paseando y rebuscando entre la basura cuando no comiendo las hierbas que les da la gente. Mujeres con multicolores saris dieron paso a ropa cuyo objetivo no era estético, sino religioso: velos que cubren el pelo, los hombros o, en más de un caso, la cara, dejando solo los ojos al descubierto. Las chicas jóvenes combinaban esas prendas con vaqueros y playeros. Las madres eran más tradicionales. Los hombres, en aceras y soportales, se tomaban el tradicional "chai" (un rico té con leche), atendían a sus pequeños negocios (panaderías, carpinterías, talleres mecánicos).Y los niños, como en todas partes, jugaban. Paradójicamente, es la parte más tranquila de la ciudad (¡de unos dos millones y medio de habitantes!)porque en cuanto sales de las pequeñas callejuelas, toda la circulación motorizada es un caos...¿sabéis cuantas cifras y letras se combinan en los últimos vehículos matriculados en este Estado? Ni más ni menos que ¡once!. Imaginaros lo que representa eso en cuanto a la cantidad de coches, bici rickshaws, auto rickshaws, motocicletas, ciclomotores, camionetas, furgonetas, camiones...que salen a la carretera y con los que compites, en inferioridad de condiciones, para cruzar la calle.

(Escrito por él desde Jaipur, Rajastán, India, el 30 de Noviembre de 2007)

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